CARPE DIEM

Cuando era bailarina de estatua, si tú me dabas una moneda, yo danzaba... ¡Posición! pies separados, un, dos... marca de pie, todo el peso en una pierna y la otra en media punta. Mi hermanita pequeña pasaba su sombrero de plumas para guardar nuestras monedas. En las calles más transitadas de Lyon tocaba mi violín mientras ella hacía sus trucos de magia. Despertábamos con el Aldebert en nuestros oídos pues esa canción nos liberaba el alma. Éramos mimos, maestras de ceremonias y audaces trapecistas. Tomábamos cafécito en Toulouse, Bordeaux, Le Zèbre de Belleville.... hasta que atardecíamos con Breton y Baudelaire en nuestros libros. Teníamos un castillo de cartón en Versailles y una maleta mágica, veíamos como los niños reían como mi acto de acrobacia quedando de cabeza, mientras Raphaela hacía empuñar sus manos, cerraban sus ojos y al abrirlos aparecía una plumita. Siempre íbamos de paso, Chartres, Amiens, Notre Dame, Louvre, fueron algunos lugares donde la maletita mágica nos indicaba que hacía falta reír. Contábamos estrellas fugaces, y anochecíamos viendo girar la luna. Yo tenía una cajita donde guardábamos nuestras riquezas, pues ambas soñábamos ser dueñas de un carrito que hiciéramos girar a pulso, para no cargar con el peso de nuestros trajes de utilería en nuestras espaldas, sólo que cuando amanecía y mirábamos la ventana... Ambas... No hábíamos salido de casa...